“El tiempo no lo dice todo. A veces es la sangre la que guarda las verdaderas
respuestas.”
En el mundo de los análisis médicos hay protagonistas habituales: colesterol, glucosa,
triglicéridos. Pero entre bambalinas, sin hacer ruido, hay otro nombre que merece
mucho más protagonismo del que tiene.
La prestigiosa revista científica Circulation lleva años advirtiéndolo: hay un marcador
silencioso, poco conocido, pero profundamente influyente en tu salud cardiovascular y
neurológica. Su nombre suena complejo: homocisteína. Pero su impacto es claro, y
aunque casi nadie la menciona, su impacto en la salud del corazón, del cerebro y del
embarazo es tan profundo como poco conocido.
La homocisteína es un aminoácido que se forma de manera natural cada vez que
digerimos proteínas, sobre todo aquellas ricas en metionina. Este proceso es normal y
necesario. El problema aparece cuando no se completa del todo. Porque para que la
homocisteína no se acumule, el cuerpo necesita una serie de cofactores —vitaminas del
grupo B, principalmente B6, B9 (folato) y B12— que actúan como llaves para su
transformación. Cuando esas llaves faltan o no funcionan bien, la homocisteína empieza
a elevarse. Y es ahí donde todo cambia.
Muchos estudios han demostrado que unos niveles elevados de homocisteína en sangre
pueden aumentar significativamente el riesgo de enfermedades cardiovasculares,
deterioro cognitivo y complicaciones gestacionales. Lo más inquietante es que esta
molécula no da síntomas. No avisa. Y lo que no se mide, no se previene.
A diferencia del colesterol, la homocisteína no forma parte de los análisis de rutina.
Pero puedes pedirlo. Es un valor que se expresa en micromoles por litro (μmol/L) y los
expertos coinciden en que lo ideal es mantenerse entre 5 y 10. Por encima de esa cifra,
el terreno se vuelve más inestable. Y si tienes antecedentes familiares de infartos, ictus o
problemas de memoria, esta analítica no es un capricho, es una decisión inteligente.
Ahora bien, ¿se puede bajar la homocisteína de forma natural? Sí. Y no necesariamente
con fármacos. El cuerpo tiene la capacidad de regularla si le damos lo que necesita. Ahí
es donde entra en juego no solo la alimentación rica en vegetales verdes, pescado,
huevos o legumbres, sino también algunos suplementos que van más allá de lo básico.
En Longevitas confiamos profundamente en el papel de la Betaína. Este compuesto,
también conocido como trimetilglicina, actúa como donador de grupos metilo, una
función esencial para ayudar a convertir la homocisteína en metionina nuevamente. Lo
hace a través de una vía alternativa a la clásica que depende del folato, por lo que es
especialmente útil en personas con variantes genéticas que afectan la ruta del folato
(como la famosa MTHFR) o en momentos de mayor necesidad metabólica.
Nuestra fórmula de Betaína ha sido diseñada para apoyar justo ese proceso. Porque
entendemos que no basta con reducir un marcador, sino que hay que comprender su
contexto. Y cuando ese contexto es la prevención cardiovascular, la salud cerebral y la
longevidad activa, cada pequeño ajuste tiene sentido.
No se trata de crear alarma, sino conciencia. A veces el camino hacia una vida más larga
y vital no está en lo evidente, sino en lo olvidado. En ese parámetro que nadie te pidió,
pero que podría marcar la diferencia entre simplemente vivir… o vivir con propósito.
—
“La medicina del futuro será personalizada o no será.”
— Leroy Hood, biólogo molecular